viernes, 31 de diciembre de 2010

Deseos de un año pleno de Sentido.

Queridos/as Acompañantes: Primero que nada para finalizar éste año, es necesario agradecer, por lo compartido en este espacio perdido en la trama virtual, pero enriquecido por sus aportes. Muchas gracias por hacer eco de las ideas, que uno  ha rumiado en el corazón y la mente. Ha sido para mi una gran experiencia aventurarme a escribir, y compartir lo que he recolectado en el sendero de la existencia.
Les deseo un año pleno de Sentido y mucha claridad para responder las preguntas que la vida no cesa de realizar.
Saludos.
Lic. en Psic. Pablo Nuñez

miércoles, 1 de diciembre de 2010

La humildad como actitud hacia el sentido.

El cuestionamiento por el sentido de nuestra vida es propio del ser humano, ya que  nos devuelve una imagen  del mundo, en la  que uno mismo es el protagonista en la construcción de su propia existencia. Porque a pesar de lo que nos suceda podemos encontrar un aprendizaje e incluso un nuevo rumbo para nuestra vida. La clave está en no ser una víctima de las circunstancias, saber que a pesar de todo se vive para algo.
Si bien esta propuesta es difícil (como siempre decimos) no es imposible y juntos podemos descubrir los caminos que nos dirijan a estar más atentos a las preguntas que la vida nos pueda hacer.
Por ello, en esta ocasión trataremos el tema de la humildad como una actitud que permite captar de mejor manera los nuevos sentidos.
En primer lugar, nos introduciremos en la etimología de la palabra, y nos encontraremos que viene del latín contando con dos raíces: “Humus” y “Humiliare”, en la primera nos encontramos con un significado familiar, el Humus, la capa más fértil de la tierra, esta contiene los nutrientes que posibilitan la sustentabilidad de los seres. Por lo tanto podemos ver que a través de esta actitud estamos en contacto con lo más rico y productivo de nuestra persona.
En tanto, Humiliare nos refiere a una actitud de postración frente a la superioridad de otro; si bien puede se pude interpretar como bajeza o incluso humillación, si agudizamos nuestra percepción, nos encontraremos con una doble  cualidad, ser conciente  las propias limitaciones y a su vez, ser lo suficientemente valiente para reconocer positivo de la otra persona.
Por lo tanto, la persona humilde es aquella que tiene los pies en la tierra pero que se eleva por su grandeza de espíritu. Implica también un profundo conocimiento de sí mismo, lo que posibilita una sana confianza en su ser. Tiene la capacidad de reconocer,  tanto sus logros como  sus errores e integrar  la voluntad,  de mantener lo positivo y trabajar en lo negativo.
Pero quizá lo más fascinante sea la cualidad de identificar  la grandeza del otro y rendir sus respetos. Visualiza lo único e irrepetible de cada ser y no tiene dificultades para resaltarlo.
La persona humilde busca constantemente encontrase consigo mismo, para cada vez conocerse más y aumentar su autenticidad.  Gracias a esta dinámica no necesita  aparentar, ni ocultar, ni engañar, ya que posee tal seguridad de sí, que dispone su ser al servicio de los otros. Y a su vez siempre puede aprender de las demás personas.
Como su contrapartida existe  persona Soberbia, que muchas veces exteriormente será mucho más notoria, pero en su interior denota una gran pobreza.
Si partimos de la etimología, vemos que viene de la palabra “Superbus , que significa “El que está por encima”. Podemos observar que estas personas tratan a las demás con desprecio, nunca considerando los distintos puntos de vista e incluso rebajándolos. Muchas veces suelen presentar argumentos poco creíbles, mal fundamentados, infantiles, etc., etc., y a través de la manipulación, el autoritarismo  y el destrato, toman la razón como un trofeo de guerra.
Sin duda alguna, todos estos comportamientos actúan como una sobrecompensación de grandes inseguridades, temores, falta de madurez, etc., pero sobretodo lo que se percibe exteriormente es un gran desconocimiento de su persona.
Este “estar por encima”, que le proporciona un lugar de seguridad, termina siendo su propia trampa, ya que lo mantiene en una constante desconexión de si mismo; de  sus valores, de sus potencialidades, de sus proyectos, así como también de sus pobrezas y errores. Al no poder reconocerlos en sí, tampoco puede hacerlo en los demás.
A la hora de que la vida nos cuestione, la persona soberbia y la humilde tomarán caminos distintos, la primera probablemente se dirigirá por la dirección del enojo, la queja, el desconcierto y no tomar conciencia de su finitud; en tanto la otra se dará cuenta de la posibilidad de cambio y desarrollo que implica, será conciente  de sus valores y recursos para seguir adelante. La persona soberbia no tendrá la capacidad para pedir ayuda ni para aceptar un aporte, en tanto la otra cuando no le quede posibilidades para resolverlo por sí mismo, no tendrá dificultades para solicitar apoyo y lo recibirá de corazón.
Por lo tanto, la Humildad se nos presenta como una actitud sintonía con nosotros mismos, que nos guía para encontrar sentido a lo que nos sucede.
 Tal cual como la tierra, el humilde es fértil en su interior y está al servicio para que su entorno se desarrolle.
(*)Artículo publicado en Revista Vocación. Año 9. Número 37. Diciembre 2010.